Un relato conmovedor sobre la traición, la lealtad y el profundo vínculo entre un jinete y su caballo en los llanos.
Tan bonito que era mi caballo…
Un alazano tostado, lo llamaba “Pantomima”. Orgulloso andaba yo con él. En las mangas de coleo tumbaba toros como ninguno. Donde llegábamos, la gente se admiraba. Hasta una reina lo montó y saludó al público de las fiestas de su pueblo. Pantomima iba orgulloso con esa reina encima.
Pero el mundo a veces es cruel con lo bueno.
Un hombre envidioso y sin alma metió a traición a mi caballo pantomima en el potrero donde él tenía un caballo padrote. Y como era de esperar: Se armó la pelea. No fue pelea: fue una emboscada. Tumbaron conucos, pelearon a muerte. Mi caballo se alambró, y cuando llegué… ya estaba muerto.
Ese día lloré como no lo había hecho nunca.
Recordé de las grandes faenas que realicé en el llano en lomos de mi caballo.
Lo podía dejar suelto en cualquier parte con los aperos y la silla y él me esperaba que regresara. Sabía que sería difícil encontrar otro igual.
Lo enterré en la orilla de un caño, bajo la sombra de un matapalo. Le puse su cruz de caruto. No le di gusto a los perros ni a los samuros. Mi alma se vistió de luto por él, porque no era un animal: era mi amigo.
Un amigo que jamás me falló.
Todavía me quedan dos recuerdos que me estimulan:
una yegua y un potrico, sus hijos.
Pero un caballo como ese, superarlo es difícil.
Adiós, Pantomina… algún día volveremos a cabalgar juntos, más allá del horizonte.
📸 En memoria de mi caballo, esta imagen de un noble alazano que partió del llano.
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