Recuerdos de una generación que dejó huella en las calles de Arauca con su vestir típico, su música y relatos de sabana.

En las décadas pasadas, era común ver a los llaneros recorrer las calles de Arauca con el pantalón arremangado hasta la rodilla y sus inseparables alpargatas de naylón o de fique. Ese estilo no solo era cómodo para el clima caliente y polvoriento, sino también una muestra de orgullo, de pertenencia y de identidad.
Se encontraban en las esquinas de las cuadras, bajo los almendros o los techos de zinc, donde las conversaciones y los tragos fluían con naturalidad. Las cantinas renombradas eran punto de encuentro para recordar sus días de sabana y escuchar a todo volumen los long play del Carrao de Palmarito, Ángel Custodio Loyola, José Alí Nieves, Luis Lozada “El Cubiro”, Francisco Montoya, Damaso Figueredo, Nelson Morales, Jesús Moreno, Juan Farfán, Tirso Delgado, entre otros artistas que hoy hacen parte del legado musical del llano.
Durante esas largas jornadas de tertulia, las historias de faena no faltaban. Mi papá, por ejemplo, nunca dejaba de contar su hazaña con “Gallito”, su caballo rucio de confianza. Una novilla salió despedida del rodeo y él se le fue de atrás palante. Él la siguió pero la novilla se metio por el medio de dos matas pequeñas que nacen en la sabana, (mogotes) y el lanzó su lazo por encima de dos matas. Cuando la novilla asomó la cabeza, el lazo la atrapó justo por t´o el palo, es decir, po la nuca. ¡Una maniobra de pura maestría según decía! Eso le daba reconocimiento por parte de sus amigos que oían con atención.
Aquellas veladas eran también de galanteo. Más de un llanero, entre copas y canciones, le echaba los perros a la cantinera, que mientras atendía y cambiaba los long play en el viejo tocadiscos, sacaba sonrisas y suspiros. Aunque la aguja estuviera gastada y las pilas del tocadiscos medio rendidas, la música no dejaba de sonar.
Así se vivía el llano urbano de Arauca. Un tiempo donde el estilo, la música, el caballo y la palabra tenían peso, sabor y respeto.
Los caballos también hacían parte de esa postal llanera. Amanecían amarrados a los árboles frente a las cantinas, algunos permanecían allí dos o tres días, esperando pacientes a sus jinetes. Era común ver llaneros entrar y salir del pueblo a caballo, con el mismo garbo con el que recorrían la sabana. Arauca fue, y seguirá siendo, un pueblo con historia, de esas que merecen ser contadas y recordadas con orgullo.
Aquiera el eBook viviendo un día en los llanos
