Un pedazo de rejo corto, resistente y confiable que forma parte esencial del día a día en el llano.

En el corazón de la caballeriza llanera, junto a la silla, las sueltas, la gaza, el naylón y demás aperos, cuelga un objeto que puede parecer sencillo, pero que guarda un profundo valor en la cotidianidad del hombre del llanero: el cabo de soga.
Este rejo corto, también llamado cabo de soga, es de uso personal y exclusivo del dueño. No se presta, no se cambia, salvo a una persona de mucha confianza. Se usa para amarrar la bestia en el corral, al caballo en el potrero y asegurar a las vacas y becerros durante el ordeño. Su tamaño es práctico, pero su fuerza es lo que verdaderamente lo hace valioso y hasta reconocido en el vecindario.
Cada mañana, al ensillar el caballo, el llanero recoge su cabo de soga y lo pega al borreno, parte delanter de la silla, del lado derecho. Allí queda, listo pa’ lo que se ofrezca en la sabana: una amarrada de emergencia, una maneada o atada estratégica o simplemente la compañía fiel de un objeto que no falla.
Un buen cabo de soga no se revienta con los jalones de la bestia ni con el empuje del ganado. Esa resistencia es la que brinda seguridad al llanero, que confía en su herramienta como en su caballo. Porque en el llano, hasta el más pequeño elemento cumple un rol esencial.
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