
Una jornada de esfuerzo, compañía y sabiduría heredada de nuestros abuelos
En tiempos pasados, cuando la vida en el llano se sostenía con trabajo duro y disciplina, nuestros abuelos mantenían una rutina que hoy se recuerda con respeto. El viejo salía temprano hacia el monte, machete y hacha en mano, para escoger los palos secos que servirían como leña en la casa. Con paciencia y buen ojo, troceaba cada pieza hasta dejarla lista para cargar.
Una vez reunida la leña, la llevaba a un claro de sabana donde había amarrado al burro. Allí extendía la jamuga sobre el lomo del animal y comenzaba a acomodar la carga con habilidad, balanceando los trozos para que ningún lado quedara más pesado que el otro. Luego ajustaba las sogas, revisaba que nada fuera a caerse y comenzaba la arriada hacia la casa.
En muchas ocasiones, la abuela lo acompañaba. Caminaban juntos, conversaban, se ayudaban y compartían la faena como parte natural de la vida. Al llegar, desmontaban la leña con cuidado y la ordenaban en un lugar seguro, donde la lluvia no la alcanzara, para que estuviera lista para el fogón, el café o la comida del día siguiente.
Esa labor sencilla, repetida tantas veces, no era solo trabajo: era tradición, unión familiar y un ejemplo de cómo se construía hogar en medio de los llanos.
Ebook Viviendo un día en los llanos