Don Jesús Luna, oriundo de los vastos y misteriosos llanos colombo-venezolanos, es un llanero de estirpe noble. Nació y creció entre las sabanas, forjando su carácter bajo el sol inclemente y el viento que acaricia las extensiones verdes. Desde joven, aprendió los oficios de encargaduría en fundos y hatos, convirtiéndose en un experto en la organización y dirección de obreros. Su vida ha sido un reflejo del auténtico espíritu llanero, aquel que respira en perfecta sintonía con la naturaleza y con las labores del campo.
Jesús Luna no es solo un hombre de campo; es un maestro en la transmisión de saberes ancestrales. Durante décadas, lideró el trabajo en las fincas, guiando a generaciones de trabajadores en el arte de la ganadería, la agricultura y las tradiciones que caracterizan a los llaneros. Bajo su supervisión, cada jornada de trabajo era una lección de respeto por la tierra y de entrega total al oficio. Sin embargo, al hablar con él hoy, se percibe un profundo sentimiento de nostalgia.
Con los años, Don Jesús ha sido testigo de cómo muchas de esas costumbres que fueron el corazón del llano están siendo sepultadas por el paso del tiempo. La llegada de cercas de alambre que delimitan territorios antes libres y la inevitable modernización han transformado la vida en las sabanas. “Antes, el llano era un mar sin fin, podías galopar sin topar con nada más que el horizonte”, recuerda con tristeza, mientras observa cómo las nuevas generaciones se alejan de las tradiciones que él tanto ha cuidado.
Pero lo que más pesa en su corazón es la pérdida de los llaneros antiguos de su época. Aquellos hombres y mujeres que, como él, vivieron en un tiempo en que las labores del llano no solo eran trabajo, sino un estilo de vida, una herencia transmitida de padres a hijos. Hoy, muchos de esos llaneros ya no están, y con ellos se van apagando los saberes y rituales que alguna vez definieron al llano.
Don Jesús Luna representa a una generación que, con esfuerzo y dedicación, moldeó el paisaje y las costumbres de una región rica en historia. Su voz, aunque cargada de añoranza, es también un llamado a no dejar que se pierdan esas raíces profundas que hacen del llano una tierra única. Con cada historia que comparte, busca mantener vivas las tradiciones, como si en sus palabras residiera la esperanza de que las nuevas generaciones aprendan a valorar y proteger ese legado que, poco a poco, se va desvaneciendo.
Arauca,