Descubre el valor de la totuma, desde su fabricación artesanal hasta su importancia en la vida cultural y el agroturismo.

Hablar del llano es hablar de su gente, de la sabana inmensa, del ganado, del joropo y también de esos objetos sencillos que se vuelven parte de la vida diaria. Uno de ellos es la totuma, fruto que no solo se aprovecha en la mesa, sino que también guarda historias, creencias y tradiciones que aún hoy sobreviven.
Desde tiempos antiguos, la totuma ha sido usada como vaso natural. Su forma redonda y resistente permite beber agua fresca del aljibe, guarapo dulce en los días de faena o una copita de aguardiente en las parrandas llaneras. Pero más allá de lo práctico, tiene un valor simbólico: en ella se refleja la sencillez del llanero, su cercanía con la naturaleza y el ingenio para transformar lo que da la tierra en herramienta útil.
También hay secretos que acompañan a la totuma. Muchos recuerdan que en las casas viejas nunca faltaba colgada en la cocina o al lado del pozo. Se decía que quien bebiera en totuma compartida sellaba amistad verdadera. Algunos hasta creían que tomar guarapo en ella daba más fuerza para el trabajo y que el agua sabía distinta, más pura, más fresca. Así, la totuma se convirtió en un símbolo que trasciende lo material y conecta generaciones.
Hoy, aunque los vasos de vidrio y plástico han llenado los hogares, la totuma sigue viva en las ferias artesanales, en los fogones criollos y en las manos de quienes defienden la identidad llanera. Es un recuerdo tangible de la cultura, un pequeño tesoro de la sabana que guarda en su cáscara la memoria de un pueblo.
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