La verdadera riqueza está en el alma, no en los bienes que acumulamos.

En la vida hay personas que logran conquistar el éxito material muy temprano. Alcanzan puestos importantes, acumulan bienes, construyen empresas y rodean su vida de lujos y de reconocimiento social. Desde afuera, pareciera que lo tienen todo: dinero, poder, amistades influyentes y admiración. Sin embargo, lo que muchas veces el mundo no ve, es el peso silencioso que se acumula dentro del alma. El ser humano puede tener abundancia en sus manos, pero pobreza en su corazón. Porque la verdadera riqueza no está en lo que se posee, sino en lo que se siente. La paz interior no se compra con cheques ni con títulos; se cultiva con fe, humildad y equilibrio espiritual. Cuando la vida cambia de rumbo —cuando llega la enfermedad, la traición, la pérdida o la soledad— se pone a prueba el verdadero valor de lo que hemos construido. Si el cimiento ha sido solo lo material, el alma se derrumba con el primer viento. Pero si el corazón ha aprendido a refugiarse en Dios, en la serenidad, en el amor y en el perdón, entonces nada externo puede arrebatarnos la paz. No hay éxito que valga si el alma no está en calma. Ninguna finca, carro o fortuna puede llenar el vacío de una conciencia sin sosiego. La depresión no distingue entre ricos y pobres, pero la fe sí distingue entre quien se rinde y quien se abraza a la esperanza. Por eso, más allá del dinero, busca siempre la paz interior. Porque solo quien tiene paz, tiene todo. Y quien la pierde, aunque lo tenga todo, no tiene nada. Compita saludos.